EL HERMITAGE
Por Teodoro Rentería Arróyave
 

San Petersburgo. Rusia. El hermitage, “La Ermita”, es el segundo museo en extensión en el mundo sólo superado por el nuevo Museo Nacional de China en Pekín, reinaugurado en marzo pasado que lo duplica, y es el cuarto en importancia por las obras que atesora, antes están El Louvre de París, el Del Prado de Madrid y El Británico de Londres.

Se compone de 5 edificios: El Palacio de Invierno, El teatro, El Hermitage Pequeño, El Hermitage Viejo y El Nuevo Hermitage. Se calcula que tiene 20 kilómetros de galerías en sus tres niveles abiertos al público, guarda en su interior 200 millones y medio de objetos valiosos.

Los guías le hacen al visitante recorrer más o menos 8 kilómetros, desde luego haciendo paradas obligadas en las obras más famosas que se exhiben, como son entre otras, dos de Leonardo Da Vinci, las cuales por cierto, presumen, desde su adquisición no han salido del museo que prestigia a la bella ciudad y a toda Rusia.

Como lo saben los estudiosos, el monumental edificio fue construido por la realeza rusa como lugar de refugio, de descanso y de esplendor; nunca lo habitó el fundador de la dinastía Pedro I, Sin embargo para su hijo Alejandro I fue el escaparate de su gloria con el triunfo sobre Napoleón I, quien no pudo, como después sucedería con Adolfo Hitler, invadir y apoderarse de la Rusia.



El edificio principal, llamado El Palacio es un macizo imponente de unos 500 metros de largo, su entrada principal da a la Plaza del mismo nombre, exacto enfrente otra construcción en forma de arco lleva a otras calles y a los canales de la ciudad.

La parte trasera de El Palacio lo baña el Río Nevá, ahora lo separa una calzada, pero antiguamente como todas estas fortalezas estaban rodeadas por agua para la protección de sus reales habitantes. El miedo no andaba en burros, en muchos casos los muros eran custodiados por tigres y leones, así como especies marinas carnívoras.

Para la realeza y su corte, la vista estaba exacta atrás, los ventanales dan al caudaloso Río, que desde aquel tiempo a su vera ya se alzaban otras fortalezas como la de San Pablo y San Pedro y otras construcciones de exuberante arquitectura.

La realeza rusa, conocedora de los excesos y exquisiteces de las familias reales de la Europa occidental en todo momento quisieron imitar sus excentricidades, por eso mismo llegaban a lo extravagante.

Los propios guías se refieren al exagerado follé de la entrada principal de El Palacio, de donde surge la escalera imperial, decorado todo con motivos florales dorados, de estilo “barroco escandaloso”.

Los muebles, trajes, relojes y demás utensilios que por sí mismos hablan del ingenio de sus orfebres, sin embargo lo que más se admira en su pinacoteca y las obras escultóricas de los más afamados artistas rusos y extranjeros.

Aquí hay “Murillos”, “Rembrandts”, “Velázquez”, “Picasos”, “Van Gohs”, “Monets”, sólo por mencionar algunos. Y un homenaje a los empleados del Hermitage, se asegura que cuando las arcas del soviet escasearon, se ordenó vender algunas obras a familiares de los autores o a coleccionistas, las obras fueron escondidas, por eso hoy forman parte del patrimonio invaluable no sólo del pueblo ruso sino del cultural de la humanidad.

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