“EL GRAN REFORMADOR”

Por Teodoro Rentería Arróyave
17 de diciembre de 2009


Al estilo bíblico de “tirar la piedra y esconder la mano”, el presidente Felipe Calderón Hinojosa aventó su reforma política y se fue a Copenhague. Probablemente parezca exagerada la similitud, de ninguna manera, el jefe del Ejecutivo esperó el último día de sesiones del periodo ordinario del Congreso de la Unión para lanzar su propuesta que tiene tres propósitos, por decir lo menos, discutibles y polémicos:

Primero, se sienta en la anterior presentada por el senador priísta Manlio Fabio Beltrones, conocida como “la de las ocho erres”, puesto que en muchos de sus puntos son copias al carbón.

Segundo, las modificaciones que presenta con respecto a la del poderoso presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado de la República, si bien es cierto que tiene apoyos sustanciales a favor de la ciudadanía en cuestiones electorales y pretende acotar la partidocracia, el propósito avieso es fortalecer el presidencialismo, que en alguna etapa cumplió su cometido pero que ahora sería absurdo por dañino.

Y tercero, la intención implícita de Felipe Calderón Hinojosa es pasar a la historia como el “gran reformador”, cuando las tareas en que debería estar empeñado es sacar de la terrible crisis económica al país y devolverle la seguridad pública a sus gobernados o a sus mandantes, como mejor se prefiera.

Vamos por partes: las copias al carbón de Las Ocho Erres con el Decálogo Calderonista, son la reelección legislativa y de alcaldes, sólo añade a los jefes delegaciones del Distrito Federal y la reducción del Congreso.

Sus agregados de importancia son: dar a los ciudadanos la facultad para proponer iniciativas de ley; segunda vuelta electoral en comicios para Presidente de la República; muy importante, permitir candidaturas independientes para cargos de elección popular, incluso la del Presidente de la República, y elevar a 4 por ciento de los votos como mínimo para que los partidos conserven su registro.

Ahora mencionemos sus propuestas para fortalecer el presidencialismo que tanto ha dañado al país en los últimos tiempos y en esa forma acotar al Legislativo: El Ejecutivo podrá presentar dos iniciativas preferentes al Legislativo, es decir, si no son atendidas automáticamente se convierten en ley y otorgar a la Corte atribuciones para presentar iniciativas.

Y lo más aberrante, en violación flagrante al equilibrio de poderes, su propuesta de incorporar el veto parcial del Ejecutivo a las leyes que el Congreso apruebe.

Las conclusiones son obvias: Acotar al Legislativo, al pretender convertir en legislador tanto al Ejecutivo como al Judicial, restar poder a los partidos políticos y si bien es cierto que fortalece el poder de la ciudadanía, también es una pretensión ominosa fortalecer el presidencialismo absurdo, caduco e imperial y por último erigirse como el “gran reformador”, cuando la Reforma Política del Estado tiene todo un historial. ¡Absurdo!

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